Por Pablo Tigani
En octubre de 2025, mientras las cámaras enfocaban a un presidente argentino abrazando al expresidente Donald Trump, los mercados sonreían con la satisfacción de quien ya conoce el final del guion. Los votantes creían estar eligiendo un gobierno; Wall Street sabía que estaba consolidando una posición larga. La campaña de La Libertad Avanza se hizo sin dólares, sólo con tweets de Scott Bessent, selfies de Trump y la bendición silenciosa de Jamie Dimon. Ninguna potencia había invertido tan poco para obtener tanto.
La Task Force: Washington D.C., Wall Street y el WhatsApp del poder
Los analistas locales hablan de “alineamiento estratégico” con Estados Unidos. Es un eufemismo amable para designar una relación de tutela. Lo que existe es una task force permanente; el gobierno argentino, el Tesoro de EE. UU., JP Morgan Chase y la comparsa de funcionarios que orbitan entre Buenos Aires y Nueva York. No es conspiración, es organigrama.
Bessent -gestor del fondo Key Square Capital y discípulo directo de Soros- opera como intermediario informal entre Trump y el ala financiera libertaria. Su papel recuerda al de los operadores de deuda que en los 90 coordinaban canjes y discursos. La diferencia es que ahora el flujo no pasa por Bloomberg Terminal sino por Twitter.
La task force domina la escena informativa. Cada tweet de Bessent equivale a una operación de mercado, y cada foto de Trump con Milei es un activo simbólico que revaloriza el “riesgo Argentina” en los fondos de inversión. Mientras tanto, el relato de éxito -reservas “recuperadas”, inflación “contenida”, crecimiento “por venir”- funciona como hedge comunicacional. La política se transformó en derivado financiero; su valor depende de expectativas, no de fundamentos.
Los traders como ministros: la estetización del allanamiento financiero
La gran innovación del siglo XXI no es el fintech sino la tecnocracia performativa; individuos que aprendieron en los bancos de inversión a simular conocimiento y a convertir la mentira en activo. En Too Big to Fail, Andrew Ross Sorkin (2009) retrata a Jamie Dimon corriendo hacia la Reserva Federal para salvar Wall Street. En Buenos Aires, la escena se repite con menos glamour y más spot de YouTube; los “Dimonitos” locales se visten de ministros y declaran que el mercado los ama.
Su mérito no es técnico sino estético, dominan la gramática de la impostura. Presentan el ajuste como si fuera un algoritmo y la entrega nacional como si fuera benchmarking. La “república de los traders” ha reemplazado la deliberación por la planilla Excel y la ética por el spread.
El conocimiento financiero se volvió pseudociencia de gabinete. Cuando anuncian que “no hay dólares”, omiten que ellos mismos los vendieron en el futuro para sostener el tipo de cambio electoral. Según estimaciones, el BCRA superó los 7.000 millones de dólares vendidos en futuros durante octubre… Es decir; mientras se hablaba de “ayuda”, en los pasillos de la city había hipótesis potenciales: comprarían pesos y simultáneamente backupearian con “manos amigas” (dólares futuros). El carry trade más caro de la historia.
De Wall Street a Balcarce 50: anatomía de una dependencia reciclada
El ciclo es siempre el mismo. Primero, los bancos crean el problema: endeudamiento en moneda dura, déficit externo, fuga. Luego, diseñan el remedio: un programa de estabilización con metas imposibles y condicionalidades infinitas. Finalmente, cobran por el asesoramiento. JP Morgan lo perfeccionó en América Latina y lo institucionalizó en Argentina, donde cada crisis se celebra como “nuevo comienzo”.
Dimon, el autoproclamado “hombre que sabía demasiado” (Sorkin, 2009), visitó Buenos Aires para bendecir la “nueva etapa” y dejar claro quién manda. Bajo su liderazgo, el banco que recibió 25.000 millones de dólares del programa TARP (Troubled Asset Relief Program o Programa de Alivio de Activos Problemáticos-un eufemismo) durante la crisis de 2008 reaparece ahora como garante moral de la “racionalidad macroeconómica”. El milagro del capitalismo es su capacidad para convertir al rescatado en rescatista.
La subordinación argentina no es fruto de la ignorancia sino de la conveniencia. Los ex-traders devenidos funcionarios conocen las reglas: el premio es pertenecer, sobre todo si se tienen que ir. La ideología libertaria, en realidad, es un instrumento de poder global: desmantelar al Estado para abrir espacio a los flujos financieros. El resto es storytelling.
El experimento argentino, o cómo volar por los aires con elegancia
Argentina se ha convertido en el experimento más reciente de una ingeniería financiera que disfraza la dependencia de meritocracia. El gobierno actual funciona como filial de Wall Street, con un board mixto de economistas locales y asesores extranjeros. Si las cuentas cierran, el crédito sigue; si no, el país explota, y el comunicado dirá que fue “por exceso de populismo”.
La paradoja final es que, mientras se proclama la soberanía del mercado, la verdadera decisión está en manos de un puñado de traders y think tankers que ni siquiera pagan impuestos en el país. Argentina es hoy un hedge fund soberano, administrado por quienes antes apostaban contra ella.
El resultado inmediato es el espejismo de estabilidad; el resultado final, la destrucción de la legitimidad democrática. Si el cálculo falla -si el experimento electoral no se renueva- la task force se retirará y dejará a la nación exactamente donde empezó; con las ruinas de su propio autoengaño. Y, por supuesto, con un nuevo informe de JP Morgan explicando por qué “nadie lo vio venir”.
Director de la Fundación Esperanza y de la consultora Hacer.com.ar. Profesor de posgrado en la Universidad de Buenos Aires y universidades privadas. Tiene una maestría en Política Económica Internacional, un doctorado en Ciencia Política y es autor de seis libros.
Fuente Ambito web

